miércoles, 7 de mayo de 2008

En la calle, ya anocheciendo pero aún pudiendo ver rastros de color rosado en las nubes, iba caminando lento, pensando, haciendo un poco de tiempo para no llegar tan temprano.
Pasando mi mirada por todo aquello que me llamaba la atención, encontré a un señor ya mayor que lucía como un habitante de la calle, notablemente venía hacia mi para conseguir algunas monedas a cambio de su pedido.
Lo noté un poco distraído, mirando hacia diferentes partes y sonriendo de vez en cuando. Al llegar frente a mi efectivamente me pidió algo de plata para comer... la verdad esto no importó mucho, pues la conversación giró en torno a su sombrero.
Él mismo me lo mostró y me lo describió, era un sombrero de cuero, pero no de cualquiera sino de cuero crudo; efectivamente, no era cualquier sombrero, tenía un diseño único: destapado al frente y con una espectacular correa que iba desde el lado derecho de la cabeza hasta abajo de la quijada; y aunque esto lo hacía un sombrero jamás visto, aún faltaba algo más, algo que jamás imaginé que podía tener un sombrero... qué era esto? Él me lo mostró, pero yo no alcanzaba a ver, me mostró unos dardos que cubrían el sombrero y aclaró que estos eran venenosos, cosa que se me hizo extraña, dardos venenosos? para qué? claro, no conocía una parte de su historia, faltaba que me contara que tenía una cabeza blindada para protección porque algo podía pasar en su viaje al África o a Alaska...
En ese momento entendí la razón de tener un sombrero así y de su alegría constante.

........ coincidencialmente hacía unas horas estaba teniendo una clase sobre esquizofrenia.........

3 comentarios:

Juan Pablo Angarita Bernal dijo...

Siempre habrá que saltarlo de manera diferente. O sino, lo que es mucho mejor, enfrentarse al charco, decirle "cuánto lo siento pero tendrás que desaparecer, pasaré por encima tuyo". Eso, pasarle una y otra vez por encima al charco, poder hacerlo acompañado de alguien, pero una y otra vez hacerlo por voluntad propia, por saber qué es lo que hay al otro lado del charco, qué sigue.

Agradezco su ayuda, señorita, pero esto no era un charco; o por lo menos, suelo recordar el poder de transformación que está como de cabeza metido en los charcos de esta ciudad. Y lo quiero sacar. Y transformar. Gracias por su ayuda. La invito a hundirse en el charco.

Juan Pablo Angarita Bernal dijo...

Mirar al cielo siempre es bonito.
Ascúltas la realidad.
Robot mecánico de eternas irrealidades.
Realidad, qué se ve en el cielo de atardecer.
Irrealidad, que se ve en el cielo de atardecer.
El señor estaba distraído como tú mirándolo a él.
Y el cambio, brusco, el sombrero que, oh sorpresa, no había visto cuando lo examiné de pe a pa (cosa que no está nada mal).
Él me lo mostró pero yo no alcanzaba a ver.
Por qué no alcanzabas a ver su sombrero y su maravilla.
Qué bueno que hayas podido entender la razón de su sonrisa y de su sombrero.

¿El profesor de la clase de Esquizofrenia tenía un sombrero?
¿Tus constantes viajes al África y a Alaska tienen algo que ver con todo esto?
¿Estás loca?


Cuénteme la historia de su sombrero, señorita...

Juan Pablo Angarita Bernal dijo...

Pero no se puede curar. No se puede curar. No se puede curar. No se puede. Se puede vivir con la esquizofrenia (con ella) como con un sombrero puesto.